¿Y los libros de texto?

Contrario a lo que escuché en el previo a la realización de los Talleres de Lógica para Profesores de Bachillerato, encontré gran disponibilidad por parte de los profesores en las tres sedes a las que acudí como facilitadora (Guadalajara, Torreón y Lázaro Cárdenas, Michoacán).

Si bien los profesores demostraron gran entusiasmo por el taller, toda vez que expresaron haber iniciado el curso con sus alumnos llenos de dudas e inseguros por no tener muy claros los temas, el taller quedó al margen de todos los contenidos que vienen marcados en el temario. Esta situación los dejó con gran preocupación, ya que comentaron que pese a haber consultado los libros de texto que pudieron encontrar o que las editoriales les acercaron, una vez finalizado el taller notaron que habían comprendido cosas diferentes, y que consiguieron tener ideas más claras después de éste.

En este sentido, expresaron que les gustaría que se les facilitara una capacitación más completa en la materia para poder afrontar de mejor manera a sus grupos de estudiantes en el aula. Asimismo, coincidieron en que un entendimiento más claro del tema les permitiría llevar de mejor manera la dinámica de la Comunidad de Indagación. Incluso, surgió la petición de que la Universidad Nacional Autónoma de México les proporcionará un diplomado.

Llamó la atención la idea de «humanidades» que prevalece en las distintas escuelas de bachillerato, puesto que los más recibieron la asignación de la materia, y pocos de ellos la eligieron. El criterio de quienes nombraron responsables de materia se apegó a una consideración bastante amplia de las humanidades, o bien, designaron a la lógica como una sub rama de las matemáticas. Con esta perspectiva,  designaron psicólogos,  abogados, contadores, administradores de empresas, ingenieros industriales, ingenieros textiles, licenciados en letras, trabajadores sociales y comunicadores, persistiendo, sobre todo, los dos primeros perfiles mencionados.

 En un principio, algunos profesores no recibieron con agrado la idea de un primer debate a partir de la lectura, pues exigían conceptos, sobre todo, conceptos que coincidieran con los dados por los libros de texto que habían consultado y sobre los que basan sus clases. No obstante, en el segundo  día, y en ocasiones en el tercero, comenzaron a notar las ventajas de no iniciar con conceptos, pero entonces surgió una preocupación generalizada: «¿Qué libro de texto utilizarían, si no todos manejaban el tema del mismo modo?».

Una vez puestos en contexto, me parece sumamente importante que la elaboración de los planes de estudio tenga en cuenta tres situaciones:

1. La mayoría de los profesores no lleva a cabo un proceso de apropiación de los temas, sino que basa las clases en lo que al pie de la letra dice el libro, sin que, necesariamente, lo hayan comprendido ellos mismos. Es decir, se leen los textos frente a los alumnos sin que se les pueda proporcionar una explicación, o bien una paráfrasis.

2. Los libros son conseguidos por los profesores regularmente en fotocopia, ya que no hay una amplia disponibilidad de textos, o librerías donde puedan conseguir los materiales. Esta misma situación impide al profesor evaluar sus materiales de apoyo, puesto que lo habitual es adoptar el material que otro amigo profesor le envió o prestó, de manera que lo que se enseña en el aula es bastante dependiente del texto.

3. Facilitar a los profesores textos que representen un alto grado de complejidad, como un primer acercamiento al tema no necesariamente puede resultar exitoso, ya que dependemos de la interpretación que de los textos hagan con las herramientas intelectuales y pedagógicas con que cuenten en ese momento.

Es decir, las herramientas de apoyo para los profesores deben ser contempladas en la planeación de los «Planes de estudio», así como la disponibilidad que ellos tengan. Si bien algunas escuelas están situadas en zonas urbanizadas, la disponibilidad de librerías no es segura, y menos aún que éstas sean bastas. Más grave aún, hay escuelas situadas en zonas rurales en las que acceder a estos materiales es todavía más complicado. En este mismo sentido, es sumamente importante saber que adquirir un libro de texto para la gran mayoría de los alumnos puede ser imposible. Así que, designar un material de apoyo para todos los planteles no representa una solución.

Por otra parte, en las lecturas proporcionadas para los talleres se hace alusión a personajes como Sócrates, Aristóteles, y otros sujetos, que por un lado no tienen contexto para los profesores y por el otro lado se entiende inadecuadamente el uso de estos como un recurso. Ejemplo: Una profesora decía que entendía que se hiciera alusión al Gran Aristóteles, pero que le parecía grave que se mencionara al Chicharito, que eso en qué les servía a los alumnos, que no quería que desearan ser futbolistas. No obstante, no tenía idea de qué había dicho el Gran Aristóteles. Lo que recupero en este sentido, es que podría ser oportuno usar otros recursos que sean más útiles a la compresión del tópico, y que sobre todo, llamen la atención de los alumnos.  

Por todo lo anterior, considero que los materiales de apoyo son un reto que debe ser tomado en cuenta por los filósofos y los interesados en la enseñanza de la filosofía. No sólo el texto para el profesor, sino para los alumnos. Si bien la tecnología no puede ser considerada la panacea del problema, si puede facilitar para algunas escuelas una solución, ya que los webcast y el desarrollo de ejercicios que permitan tanto al profesor como al alumno poner en práctica la lógica, los auxilia para poder auto-evaluarse y avanzar a sus propios ritmos.

Pese a ello, lo más complicado es pensar en los materiales de apoyo para aquellas comunidades que están aisladas.

-Elena León-

 

Comprensión lectora en la enseñanza de la lógica

Iniciar un taller en un ambiente de discusión con personas no expertas en el tema, parece ser complicado para los filósofos, acostumbrados a debatir conceptos, posturas, adherirse o criticar con ahínco. No partir de conceptos u ofrecer una cátedra a los no expertos parece que no deja alternativas. ¿Qué otra tarea puede tener un experto sino la de ilustrar a los no ilustrados?

Algunas de las críticas que pude escuchar respecto de la Comunidad de Indagación consistían en que no se debe tratar como tontos a los alumnos, ya que se les subestima, afirman que estos son capaces de adquirir los conceptos más complicados; condición que no pongo en duda. Sin embargo, ¿cómo llegar a consistencias argumentales cuando la lectura de comprensión no es una habilidad que hayan desarrollado los alumnos, y en el caso de los talleres de lógica, los profesores tampoco han podido alcanzar por completo?

Uno no quiere hacer la tarea del otro, sobre todo si para enseñar lógica hay que enseñar a leer al alumno. Durante mi experiencia como facilitadora en Guadalajara y Torreón enfrenté grupos de profesores de bachillerato que en su mayoría desconocían la construcción sintáctica de una oración, referencia que, a mi juicio, podría ser útil para reconocer el sentido de las proposiciones. De manera que identificar el predicado de una oración cuando en ésta existen más de dos verbos les lleva un rato. Es mucho más sencillo comenzar los ejercicios colocando las premisas y las conclusiones de manera ordenada en el pizarrón, pero si, como en el caso del ejercicio:

“ El 20 de agosto de 1847 el general Anaya dirigía la defensa del convento de Churubusco ante la ofensiva del ejército estadounidense. Después de unas horas el grupo de soldados mexicanos se quedó sin municiones y luego sin pólvora. Cuando el general Twiggs entró al patio y exigió las municiones, el general Anaya respondió: Si hubiera parque, no estaría usted aquí.

¿Qué quiso dar a entender el general Anaya?

¿Cuál es el argumento completo?”

no se les proporcionan las premisas de manera ordenada en el pizarrón, el resultado es una gama de estructuras argumentativas sin sentido, sin solidez y sin homogeneidad en el grupo. Los filósofos quieren correr, hablarles del Modus Tollens, hacer tablas de verdad, pero los profesores tienen complicaciones para determinar cuáles oraciones deben incluir en el cuerpo del argumento. Con ello no afirmo que los profesores no pueden alcanzar otro grado de conocimiento, sino que, aunque no nos guste es necesario reforzar estructuras básicas gramaticales. Entonces se puede llegar a un grado de frustración o desesperación y comenzar a soltarles conceptos y escribirles el argumento en el pizarrón, ellos comenzarán muy serios y atentos a tomar notas, pero, al finalizar el curso, ¿serán capaces de reconocer dónde sí hay un argumento y dónde no lo hay? ¿Serán capaces de responder todas las dudas que sus estudiantes comiencen a tener en este sentido? ¿Las notas que tomaron de la cátedra ofrecida por el experto (filósofo) les serán de utilidad en el salón frente a todas las dudas que surgirán entre los alumnos?

Mi elección fue la de retomar conceptos como oraciones bimembres, unimembres, oraciones simples y compuestas, oraciones coordinadas y subordinadas (entre otros temas básicos de la gramática) en los momentos que asumí podían ayudar a dar un poco de luz, ya que no encuentro que se puedan dar fórmulas que, memorizándolas, sirvan para desarrollar la lectura de comprensión.

En este sentido, considero que el apoyo que se les brinda a los profesores que impartirán la materia de lógica debe tomar en cuenta un serie de factores. Entre ellos, que los profesores que impartirán la materia en su mayoría no son filósofos y que, para muchos, es la primera vez que tienen relación con esta materia.  Como ya mencioné, que la lectura de comprensión es algo que se debe trabajar, no sólo con los profesores, sino con los alumnos, y que el no desarrollo de esta capacidad representa un problema para la enseñanza de la lógica.

Una vez que culminó el taller, los profesores comentaron que tenían deficiencias en cuanto a su conocimiento del español, y que el aprendizaje de lógica les representaba algo complicado. No obstante, consideraron que representaba una oportunidad para iniciar un repaso de cuestiones básicas y que debían practicar su lectura de comprensión. En este sentido, indicaron que sería benéfico para la materia trazar puentes con las materias de lectoescritura, y que quizá ello también ayudaría a tener mejores lecturas que detonaran el interés de los alumnos y fueran de utilidad en el desarrollo de los conocimientos de lógica.

De esta experiencia rescato que si la enseñanza de la filosofía en ni veles no universitarios es abrazada por algunos filósofos, sería positivo considerar este tipo de factores y poder enfrentarla con una serie de herramientas que permitan enseñar de formas distintas a las que aprendimos filosofía. Experimentar tomando en cuenta las deficiencias heredadas por los niveles básicos y considerarlas en las propuestas que se desarrollen en este sentido, así como no perder de vista la heterogeneidad en las circunstancias geográficas y culturales de los jóvenes de bachillerato.

-Elena León-

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